2 abr 2009

El hombre demolido. Alfred Bester



Alfred Bester
El hombre demolido
Editorial Minotauro


Fantasear con la posibilidad de mover objetos con la mente o leer los pensamientos de nuestros semejantes, principalmente de los del sexo opuesto, ha cuajado como una forma de perder el tiempo muy exitosa y resistente al paso del tiempo, triunfando en cada generación, pero también ha procurado pingües beneficios para unos pocos avisados. De entre estos profesionales del ilusionismo conviene recordar el nombre de aquellos que han elaborado estupendas ficciones arropándose en esos supuestos poderes mentales: el cine, la literatura, el cómic, y, esporádicamente, algunas otras disciplinas, les merecen gratitud infinita. Arrimando la cosa a mi parcela en esta huerta, os propongo este mes la lectura del clásico del relato de anticipación El hombre demolido, que le valió a Alfred Bester el primer premio Hugo de la historia (en el remoto año 1953 d.c.).
Alfred Bester reunía las condiciones para el tratamiento literario del superpoder mental desde la perspectiva de la ciencia ficción: se formó como lector con H G Wells y la revista Amazing, escribió guiones para el cómic de superhéroes, la radio y la televisión, y vino a concurrir con la época del nacimiento de la new age, el psicoanálisis y algunas otras pamplinas esotéricas. El cóctel cuajó exitosamente en el armazón de una novela policíaca ambientada en el lejano futuro del año 2301. Aquí, el multimillonario Ben Reich urde y ejecuta el asesinato de Craye D’Courtney, el acaudalado presidente de la compañía rival Monarch. Reich pretende con esta burda jugada transformarse en el hombre más poderoso del sistema solar; sin embargo, las motivaciones reales de sus actos no van a desvelarse hasta bien avanzado el relato: uno de los varios caramelos que esconde el texto. En este futuro, la raza humana está compuesta por el común de los mortales y los ésper: humanos dotados de capacidades extrasensoriales que pueden comunicarse telepáticamente e, incluso, provocar alucinaciones, leer la voluntad y llevar a quien deseen a la inconsciencia (privilegios sólo al alcance del grupo más evolucionado). Los ésper se rigen por un estricto catálogo de normas cuya función es impedir que puedan alterar el normal funcionamiento de la sociedad y ocupan cargos en todas las empresas y administraciones. En esta sociedad, donde los crímenes son abortados por la policía antes de que se ejecuten, Ben Reich consigue lo impensable de la forma más cruenta. El resto de la narración relata la desesperada huída hacia delante del magnate en una carrera que va desvelando, en su progresión, un mundo futurista que resultará reconocible para los lectores de la obra de Philip K Dick.
Alfred Bester no se limita simplemente a urdir una novela policíaca, sino que añade elementos narrativos y florituras tipográficas que, si bien comulgan con el estilo un tanto alucinado de la obra, pueden resultar farragosas y algo trasnochadas -principal inconveniente de un texto que se desenvuelve resueltamente tanto en el género de la novela negra como en el de la ciencia ficción-. Bester dedica la mayoría de su munición narrativa a la acción y a la confección de una realidad polarizada (las comunicaciones verbales y las telepáticas) que resulte creíble y no vuelva loco al lector. De todo ello también se resienten un tanto los personajes, planos y desestructurados, y las, a menudo, poco convincentes conversaciones, auténtico potro de tortura para nuestro autor.
Las evidentes debilidades y fatigas de El hombre demolido no descollan en un texto que se lee ávidamente y cumple con su función de entretenernos con más soltura que buena parte de los relatos actuales de ciencia ficción (recordemos que se trata de un texto del año 1953). Como guinda del pastel, la narración contiene además un inesperado alegato final contra la pena de muerte.
La edición que he disfrutado es la de bolsillo de Minotauro, cuyas frágiles tapas han agradecido las fundas sobrecubiertas de plástico que les puse.

1 comentario:

  1. Leí esta novela de adolescente, hace, ufff, demasiado, pero aún recuerdo claramente la necesidad imperiosa de llegar al final. También recuerdo los dibujos que hacia el autor en la página para representar esa comunicación telepática, me pareció genial diferencialo así de lo hablado (más adelante, cuando leia poetas modernos jugar con la forma y no solo las palabras, siepre recordaba este libro)
    Me dieron ganas de volver a leerlo, ahora es como aquella musiquita en mi cabeza.

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