James Graham Ballard, el conocido autor de ciencia ficción, ha manifestado en varias ocasiones su gran admiración por el trabajo de los surrealistas y, en particular, por la pintura de Dalí. La obra de Ballard, que se inicia en los años 60 y se prodiga profusamente hasta la actualidad, podría haber sido fuertemente influenciada por el posmodernismo, como les ha sucedido a muchos de los autores que le son contemporáneos. Pero no ha sido así. Toda su prosa está impregnada de la mirada surrealista. Se ha esforzado en atraer a la realidad física aquellos mundos que sobreviven cobijados en el subconsciente de sus personajes e, incluso, en el subconsciente colectivo. En ocasiones tensa la realidad hasta que asoma su reverso y, en otras, sencillamente se la niega, lo real es ya sólo lo surreal. Este esfuerzo es más patente en sus relatos; sus novelas, sin embargo, las dedica a impugnar aquello con lo que disiente y a denunciar, en clave social, los retos a los que se enfrenta la humanidad (léanse aquí los problemas medioambientales, la exclusión y la marginalidad, las guerras, etc.). Esta distinción no es pretendidamente exhaustiva, pero resiste la generalización.
El libro que comentamos pertenece al primer grupo. Se trata de Fiebre de guerra, publicada este pasado mes de marzo por la joven editorial Berenice, un excepcional conjunto de relatos cuya primera edición es de 1990; muy bien traducido, en papel de calidad y tapa dura. La voz de Ballard es más auténtica en sus cuentos y, los que se han recogido en este volumen, representan la quintaesencia de su proyecto literario más personal, un conjunto variado, pero equilibrado, en propósitos y exposición. Así, encontraremos un primer grupo de relatos que retrata situaciones verosímiles construidas a partir de una versión desfigurada de la realidad geopolítica de este pasado fin de siglo. Estos son los relatos más cercanos a sus novelas. El segundo grupo, el más brillante y personal, congrega aquellos textos más imaginativos en los que toda referencia a lo real se justifica por la necesidad de hacer la narración inteligible y medianamente veraz, pero donde el misterio es la premisa que alienta la pluma. El autor es un seductor y el lector se deja tentar por la narrativa más libre y con más vuelo de Ballard. Son impagables los cuentos: Informe de una estación espacial no identificada, El espacio enorme y, por encima de todos, Memorias de la era espacial, un auténtico hito. El tercer, y último, grupo de relatos está formado por aquéllos en los que Ballard ha volcado su espíritu más experimental y juguetón. Un conjunto de textos con un formato pretendidamente rompedor y en el que la trama queda velada por la rigidez de una presentación muy poco narrativa. Me explico: Respuestas a un cuestionario y El índice, son, justamente, lo que prometen sus títulos, las respuestas a un cuestionario que no tenemos y un índice, ese es todo el texto que recibimos para construir la trama de ambos relatos, y, Notas para un colapso mental, es la interpretación, palabra por palabra, de la única frase dejada por su protagonista antes de morir. Estos cuentos, con desigual acierto, son los que sorprenderán más al lector y le obligarán a echar mano de sus mejores habilidades deductivas.
J. G. Ballard es uno de los escritores de ciencia ficción más carismáticos y con mayor poder narrativo del último medio siglo y, Fiebre de guerra, supone la puesta en escena de su complejo universo literario en el terreno en el que mejor se mueve, el relato. Un conjunto equilibrado de textos cortos que confirma el incorruptible carácter ballardiano, y que incluye dos o tres absolutas obras maestras de la literatura.