Hayao Miyazaki, como buen japonés, es un maestro indiscutible en el arte de la minituarización, pero además, y al hilo de lo anterior, tiene el don de preservar no solo lo esencial sino además de auparlo y darle todo el protagonismo. Ha demostrado en cada una de las ocasiones en que se ha arremangado bien la camisa, que es capaz de centrar nuestra atención en un mensaje esencial y también lo consigue esta vez con Ponyo en el acantilado, pero, para el caso que nos ocupa, aparca la grandilocuencia y la pluralidad de personajes, y narra lo grande por vía de lo pequeño. Con menos personajes, pocas localizaciones, fotogramas menos abigarrados y un redoblado esfuerzo en hacer más fluido el movimiento consigue impactarnos con una eficacia inaudita. Vamos sobrevolar la trama a vista de pájaro:
SINOPSIS:
Sosuke, un niño de 5 años que vive con sus padres al pie del acantilado de un pueblo pesquero, encuentra en la playa bajo su casa, antes de acudir a la guardería, un extraño pez con cara de niña. Se trata de Ponyo, la hija de un mago submarino que se ha atorado dentro de un tarro de mermelada al huir de la sofocante tutela de su padre. Rápidamente nace la amistad entre los dos protagonistas y, ésta, se va a poner a prueba cuando el poderoso mago pretenda recuperar a su hija. Su objetivo es evitar así el desastre mundial que causaría la ruptura en el equilibrio mágico que gobierna sobre el planeta y del que Ponyo es en parte la clave.
Con estas básicas herramientas, Miyazaki trenza una obra que es visualmente apabullante: las escenas de la tormenta marina, con Ponyo cabalgando sobre olas que se transforman en magníficos peces y Sosuke y su madre huyendo frenéticamente montaña arriba, te dejan sin aliento; y que nos atrapa desde las preciosas primeras escenas, las que nos muestran el mágico mundo submarino en el que viven Ponyo y sus hermanas. Bajo el punto de vista estético, en esta ocasión Miyazaki ha introducido nuevas consignas entre sus dibujantes: el objetivo era dotar el movimiento de más fluidez, para ello alivia de detalles los fotogramas y aumenta su número por minuto de proyección, así como recuperar la vertiente más artesanal de la animación renunciando a cualquier herramienta informática. Para dar un toque más infantil a la película, a pesar de que él mismo afirma que ese es siempre el público objetivo que tiene en mente en cada nuevo proyecto, dibuja los fondos a lápiz consiguiendo un efecto, y lo digo a sabiendas de que se me echará en cara haber usado este adjetivo toda vez que me ponga chulo, enternecedor. La selección de los escenarios, la forma de ligar las secuencias para mantenernos siempre en vilo y expectantes, así como el efecto conseguido con la depuradísima técnica de dibujo de los ilustradores del Estudio Ghibli, son, en el apartado técnico, sencillamente sobresalientes.
En cuanto a la trama, si bien algunos insensatos la han querido definir como una revisión de La Sirenita, salvo por la cosa marina y la transformación del pez en humano, todo parecido es el mismo que el de un huevo a una castaña. Abandono aquí los pésimos comentarios que me merecen los valores que transmiten las películas de animación de Disney, con su visión plana de la realidad y la previsión facilona y recursiva hasta la náusea de sus argumentos, para arrimarme a la compleja visión del mundo, más acorde a la realidad, del Maestro Miyazaki: repite, porque no puede ser de otro modo, recalcando los valores de confraternidad entre los humanos, respeto y conservación de la naturaleza y sus recursos, antibelicismo, amistad y amor, y, en definitiva, de conservar siempre una mirada hacia el mundo con los ojos apasionados y desprejuiciados de un niño. Los mismos que, a su edad, aún conserva Hayao Miyazaki. La narración es fluída y bien amasada, las dosis de acción son mesuradas pero espectaculares sus efectos, la descripción de los personajes es elegante y llega a las profundidades de sus sentimientos y motivaciones, pero ante todo, se trata de la emoción en mayúsculas: este es el núcleo fundador y la máxima potencia de Ponyo en el acantilado.
Aunque algo fuera de tiempo, buenísimo post Almirante. Nuestra pasión comun por el pais del sol naciente, creo que no influye ni un ápice en la crítica a esta gran obra maestra.
ResponderEliminarPara completar el post y gracias a mis ya pasadas vacaciones, recomenddar a los que visiten Tokyo este verano que no se pierdan la visita al Museo Gibli, pero que tengan en cuenta que han de comprar las entradas con antelación en cualquier supermercado LAWSON y que vayan con tiempo hasta Mitaka para coger el autobus costumizado que hay justo a la salida de la estación de Japan Rail.
¡VIVA PONYO!
Me ha puesto la piel de gallina Almirante!
ResponderEliminarUn diez para "Ponyo" y otro para usted!
¡Muchas gracias por los comentarios elogiosos! y por mostrarme que, efectivamente, hay alguien al otro lado.
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